Oscar Landerretche

Igualdad

Por: Oscar Landerretche | Publicado: Viernes 3 de diciembre de 2010 a las 09:49 hrs.
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Oscar Landerretche

Queridos lectores de DF, con esta columna me despido de ustedes. Ha sido un honor y un placer escribir para este diario. Me he entretenido una enormidad y he crecido en este extraño oficio dentro de DF. Sin embargo, me ha llegado la hora de probar otros formatos, otros públicos y otras voces. Estoy seguro de que en el futuro nos reencontraremos.

Quisiera aprovechar para dar un mensaje más personal.

DF es leído por la élite empresarial, política y técnica del país. Tenemos que reconocer que es una élite que ha hecho un buen trabajo con nuestro país. Esto es especialmente evidente cuando se nos compara con nuestros países vecinos. Hay mucho de lo que la élite de este país se puede enorgullecer y hay mucho que celebrar en este bicentenario.

Sin embargo, no podemos olvidarnos, no podemos dejar de avergonzarnos y no podemos dejar de tener presente esa enorme deuda que tenemos con la justicia social: la desigualdad. Chile es una de las sociedades más desiguales del mundo. En Chile no hay igualdad de condiciones iniciales, ni justicia en las recompensas frente al esfuerzo; no hay igualdad de oportunidades, ni de resultados; no hay igualdad en el trato, en el poder, ni en los derechos. Chile es un país injusto que se ha mantenido cohesionado con una cuota importante de autoritarismo que, por suerte, estamos lentamente reemplazando por un sistema de protección y derechos sociales.

Una de las consecuencias de esto es que la excelencia de la que muchos miembros de la élite se sienten depositarios es ficticia. Pocos de los lectores de este diario honestamente pueden afirmar que sus éxitos profesionales, empresariales y políticos se deben enteramente a su talento y esfuerzo; pocos podrían negar que buena parte de esos éxitos se deban casi completamente a privilegios a los que tuvieron acceso.

No es un crimen haber tenido acceso privilegiado a riquezas, recursos y redes. Personalmente, pocas cosas me molestan más que un joven que tiene oportunidades y no las aprovecha. Lo que sí es inadmisible es hacer uso de esos privilegios y después comportarse como que no hubieran existido. Lo que es inaceptable es capitalizar las ventajas y después hacerse pasar por un self made man. Lo que es inaceptable es haber tenido acceso a los mejores colegios, universidades, contactos, ideas y mentores; haberse fortalecido y enriquecido con ello y luego dedicarse a aleccionar arrogantemente sobre excelencia a los que de verdad vienen de abajo. Lo que es inaceptable es ser depositario de la punta buena de las injusticias de un país en desarrollo y autoproclamarse representante de los estándares de calidad de los desarrollados. Se ve mucho de eso en Chile, hubo un tiempo en que lo encontraba ridículo ahora me resulta molesto.

Lo que sabemos quienes hemos tenido acceso a ventajas y creemos en la meritocracia, en la competencia, en la innovación y en el progreso, es que tenemos la responsabilidad ética de trabajar para disolverlas. Los que sabemos que hemos tenido acceso a privilegios y creemos en la ciencia, el arte, las matemáticas y la literatura, es que tenemos la responsabilidad de trabajar para disolverlos. ¿Por qué? Porque sabemos que no es demostrable que seamos los más talentosos y tenemos que admitir la posibilidad de que si hubiera más justicia, quizás otros ocuparían nuestro lugar y el país estaría mejor por ello. Porque sabemos que en la realidad la equidad de oportunidades no es separable de la de puntos de partida (y por ende de resultados).

Solamente quienes creen que el motor central del desarrollo es el poder, la concertación de capital y la autoridad pueden oponerse a una agenda agresivamente redistributiva para Chile.

Los que pensamos diferente tenemos el deber ético de usar lo que se nos ha dado y hemos aprovechado para disolver los mecanismos de la ventaja y el privilegio, para distribuir el poder, para distribuir el acceso al capital, para compensar por la ventaja de redes y capital social, para perseguir la discriminación e impulsar la acción afirmativa, para combatir diariamente los mecanismos de la injusticia y ser agentes de cambio social.

Es perfectamente legítimo que uno escoja no dar esta pelea y simplemente tallarse en forma silenciosa su propio camino en esta sociedad injusta. No hay drama con eso. Pero si escogemos hablar en tribunas sobre el progreso y el desarrollo, no podemos olvidar que no habrá nada de eso sin igualdad. De otro modo, nos estamos engañando a nosotros mismos y a nuestros hijos.

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